martes, 8 de febrero de 2011

¿Por qué Evo Morales fue el único presidente invitado al Foro Social Mundial?

El presidente Evo Morales, de Bolivia, fue el único presidente invitado al Foro Social Mundial que este año se realiza en Dakar, Senegal.

jueves, 28 de enero de 2010

Terremotos, la beatificación de la coca cola y los piratas somalíes

Dividir para reinar ha sido desde siempre la estrategia de los más fuertes, pero de alguna manera hasta ahora esa estrategia se había mantenido en un conflicto más o menos explícito con las fuerzas que le hacían resistencia. Conflicto ideológico, político, estratégico. La novedad hoy es que estamos asistiendo a la beatificación de la coca cola, es decir, hay condiciones propicias para desarmar esa resistencia en el corazón mismo de los seres humanos. El aparente fracaso de las alternativas, cultivado y anunciado pacientemente por el espíritu psicópata de los más fuertes, busca ahora transformarse en una epifanía, en una revelación que más allá de lo político, ideológico y estratégico, tiene connotaciones espirituales. Lo que se anuncia hoy, con la complicidad de las mismísimas fuerzas telúricas de la naturaleza, es la derrota elevada a la segunda potencia de los más débiles. Son débiles y han sido derrotados no por la desigualdad en las condiciones de la competencia sino porque hay algo en su ser que les impide acceder a la riqueza. No son capaces de ella, no la merecen. En esto de hacer pasar el mensaje, sin pronunciarlo en voz alta, de que quien vive la condición de «prójimo necesitado» es en realidad culpable de algo que le hace merecer el castigo que está recibiendo, la mentalidad cristiana occidental es una herramienta poderosa. ¿Cómo no aplaudir, olvidándose de toda posible reticencia, la solidaridad internacional, a todas luces muy cristiana, que a esta hora les está salvando la vida a los pobres haitianos?

A propósito de los piratas somalíes:

¿Cómo se ha desarrollado la piratería en Somalia? ¿Quiénes son los piratas?

Desde 1990, no existe un gobierno en Somalia y el país se encuentra en manos de los señores de la guerra. Los barcos europeos y asiáticos se han aprovechado de la situación caótica para pescar en las costas somalíes sin licencia alguna y sin respetar unas normas elementales. No han respetado las cuotas vigentes en sus países de origen para preservar las especies, y han empleado técnicas de pesca- en especial, dinamita- que han producido graves daños a la riqueza pesquera de los mares somalíes.

Pero eso no es todo. Aprovechándose, asimismo, de esta falta de autoridad política, las empresas europeas, ayudadas por la mafia, han vertido residuos nucleares a lo largo de las costas de Somalia. Europa estaba al corriente, pero ha cerrado los ojos porque esta solución presentaba ventajas prácticas y económicas para el tratamiento de los residuos nucleares. Por otra parte, el tsunami de 2005 depositó gran parte de esos residuos nucleares en las tierras somalíes, lo que ha ocasionado la aparición de enfermedades desconocidas entre la población de Somalia. Este es el contexto en el que se ha desarrollado, esencialmente, la piratería somalí. Los pescadores de Somalia, con técnicas rudimentarias, no estaban en condiciones de faenar, por lo que han decidido protegerse y proteger sus mares. Es exactamente lo mismo que hizo Estados Unidos en su guerra civil contra los británicos (1756-1763): al no disponer de fuerzas navales, el presidente Georges Washington llegó a un acuerdo con los piratas para proteger la riqueza de las costas estadounidenses.

¿Cómo es posible que desde hace casi veinte años no exista un Estado somalí?

Es la consecuencia de una estrategia estadounidense. En 1990, el país estaba conmocionado por los conflictos, el hambre y el pillaje, y el Estado se vino abajo. Ante la situación, Estados Unidos, que había descubierto unos años antes las reservas de petróleo de Somalia, lanzó en 1992 la operación Restore Hope [Restaurar la Esperanza], y por primera vez, los marines estadounidenses intervinieron en África para controlar el país. También por vez primera, una invasión militar se llevó a cabo en nombre de la injerencia humanitaria.

¿Se refiere a los famosos sacos de arroz exhibidos en una playa somalí por Bernard Kouchner?

Sí, todo el mundo recuerda las imágenes, cuidadosamente preparadas. Pero las verdaderas razones eran estratégicas. Un documento del departamento de Estado estadounidense preconizaba que, tras la caída del bloque soviético, Estados Unidos se mantuviera como la única super potencia mundial y, para conseguir este objetivo, recomendaba ocupar una posición hegemónica en África, muy rica en materias primas.

Sin embargo la operación Restore Hope fue un fracaso. La película La chute du faucon noir [La caída del halcón negro] impactó a los estadounidenses con sus pobres soldados “asaltados por los perversos rebeldes somalíes”...

Ciertamente, la resistencia nacionalista somalí derrotó a los soldados estadounidenses y desde entonces, la política de Estados Unidos ha sido mantener Somalia sin un verdadero gobierno, es decir, balkanizarla. La antigua estrategia británica, ya aplicada en numerosos lugares: establecer Estados débiles y divididos para manejar mejor el tinglado. Esa es la razón de que no exista un Estado somalí desde hace casi veinte años: Estados Unidos mantiene su teoría del caos para impedir la reconciliación de los somalíes y mantener así al país dividido.

(Mohammed Hassan es especialista en geopolítica y mundo árabe. Nacido en Addis Abeba (Etiopía), en 1974 participó en los movimientos estudiantiles durante la revolución socialista de su país. Ha estudiado ciencias políticas en Egipto antes de especializarse en Administración Pública en Bruselas. Como diplomático de su país natal en los años 90, ha trabajado en Washington, Pekín y Bruselas. Es co-autor de L’Irak sous l’occupation (EPO, 2003), y ha participado en obras sobre el nacionalismo árabe y los movimientos islámicos, así como sobre el nacionalismo flamenco. Es uno de los mejores conocedores actuales del mundo árabe y musulmán).

miércoles, 27 de enero de 2010

Haití: el espectáculo de una "solidaridad inevitable".

En el espectáculo de una solidaridad «inevitable» para que el caos no se engulla a un país que «no puede valerse por sí mismo», se muestran bien los dientes, que quieren parecer todo menos dientes, del nuevo colonialismo. Mañana, cuando por ejemplo la disponibilidad de agua en los países más ricos empiece a verse seriamente amenazada, puede ser Brasil un país incapaz de administrar la Amazonía y entonces podría ser objeto del mismo tipo de «solidaridad». O Colombia ser un país incapaz de controlar el problema de las drogas. O los piratas en Somalia. O… por ahí la lista es interminable. Nada más rentable hoy, desde todo punto de vista, para los países del centro, que el crecimiento del caos en las periferias. Por eso el énfasis de los medios de comunicación en remarcar ese supuesto caos. Una imagen vale más que mil palabras. Es un argumento «humanitario» tan evidente que justifica que se le abran las puertas al ejército más poderoso del mundo para «salvar vidas». El objetivo final, la inversión, no es «salvar vidas» sino que los mismos protagonistas del caos entiendan que bajar todas sus defensas no es una imposición, una invasión, sino una «necesidad» inevitable. Es por el bien de ellos mismos. El apoyo mayoritario que en la opinión pública colombiana tiene la utilización de bases militares por parte del ejército de los EEUU es una constatación de la eficacia de esta estrategia. Si no son ellos ¿quién podrá defendernos de los narcotraficantes y los guerrilleros? ¿Quién podrá restablecer el orden? ¿Cómo podremos volver a vivir en paz? Cuenta una historia que en Bolivia luego de la revolución del 52 que sacó a muchos patrones de sus haciendas, una comunidad indígena se reunió y decidieron juntar todos los objetos valiosos que tenían y enviar una comisión para ver si con ese regalo lograban convencer a los patrones de que regresaran. Tuvieron tantos problemas para organizarse solos que les pareció mejor su situación de antes, cuando no eran los dueños de la tierra. No sé si esa historia habrá sido cierta en esa época y en ese contexto, pero el hecho es que ya empezó a ser cierta hoy en nuestro contexto. Si no somos ricos y tenemos tantos problemas, tantos desórdenes, es por nuestra «incapacidad», de lo cual se desprende que no estamos en condiciones de usar nuestros propios recursos de una manera conveniente. Conveniente, se entiende, para sostener el nivel de vida de quienes por su «capacidad» merecen y están llamados, o mejor, «obligados», a administrar esos recursos de mejor manera. A quienes son incapaces de gobernarse a sí mismos la situación que más les conviene es la dependencia, para que puedan, literalmente, salvar sus vidas. La psicología social implícita es más o menos así: quien tiene las riendas del poder económico genera condiciones que hacen que el débil tienda a perder seguridad en sí mismo y no sea capaz de autosostenerse. Esa presión se va incrementando progresivamente de tal manera que en medio del desorden provocado surga en el débil una sospecha acerca de su propia responsabilidad, un sentimiento de culpa. En ese momento la posible arbitrariedad del fuerte se diluye como por arte de magia y su accionar colonizador queda «moralmente» justificado. El débil no sólo acepta sino que incluso busca y propicia la dependencia para evitar una responsabilidad de la cual no se siente capaz, para poder sobrevivir.En el espectáculo de una solidaridad «inevitable» para que el caos no se engulla a un país que «no puede valerse por sí mismo», se muestran bien los dientes, que quieren parecer todo menos dientes, del nuevo colonialismo. Mañana, cuando por ejemplo la disponibilidad de agua en los países más ricos empiece a verse seriamente amenazada, puede ser Brasil un país incapaz de administrar la Amazonía y entonces podría ser objeto del mismo tipo de «solidaridad». O Colombia ser un país incapaz de controlar el problema de las drogas. O los piratas en Somalia. O… por ahí la lista es interminable. Nada más rentable hoy, desde todo punto de vista, para los países del centro, que el crecimiento del caos en las periferias. Por eso el énfasis de los medios de comunicación en remarcar ese supuesto caos. Una imagen vale más que mil palabras. Es un argumento «humanitario» tan evidente que justifica que se le abran las puertas al ejército más poderoso del mundo para «salvar vidas». El objetivo final, la inversión, no es «salvar vidas» sino que los mismos protagonistas del caos entiendan que bajar todas sus defensas no es una imposición, una invasión, sino una «necesidad» inevitable. Es por el bien de ellos mismos. El apoyo mayoritario que en la opinión pública colombiana tiene la utilización de bases militares por parte del ejército de los EEUU es una constatación de la eficacia de esta estrategia. Si no son ellos ¿quién podrá defendernos de los narcotraficantes y los guerrilleros? ¿Quién podrá restablecer el orden? ¿Cómo podremos volver a vivir en paz? Cuenta una historia que en Bolivia luego de la revolución del 52 que sacó a muchos patrones de sus haciendas, una comunidad indígena se reunió y decidieron juntar todos los objetos valiosos que tenían y enviar una comisión para ver si con ese regalo lograban convencer a los patrones de que regresaran. Tuvieron tantos problemas para organizarse solos que les pareció mejor su situación de antes, cuando no eran los dueños de la tierra. No sé si esa historia habrá sido cierta en esa época y en ese contexto, pero el hecho es que ya empezó a ser cierta hoy en nuestro contexto. Si no somos ricos y tenemos tantos problemas, tantos desórdenes, es por nuestra «incapacidad», de lo cual se desprende que no estamos en condiciones de usar nuestros propios recursos de una manera conveniente. Conveniente, se entiende, para sostener el nivel de vida de quienes por su «capacidad» merecen y están llamados, o mejor, «obligados», a administrar esos recursos de mejor manera. A quienes son incapaces de gobernarse a sí mismos la situación que más les conviene es la dependencia, para que puedan, literalmente, salvar sus vidas. La psicología social implícita es más o menos así: quien tiene las riendas del poder económico genera condiciones que hacen que el débil tienda a perder seguridad en sí mismo y no sea capaz de autosostenerse. Esa presión se va incrementando progresivamente de tal manera que en medio del desorden provocado surga en el débil una sospecha acerca de su propia responsabilidad, un sentimiento de culpa. En ese momento la posible arbitrariedad del fuerte se diluye como por arte de magia y su accionar colonizador queda «moralmente» justificado. El débil no sólo acepta sino que incluso busca y propicia la dependencia para evitar una responsabilidad de la cual no se siente capaz, para poder sobrevivir.

lunes, 2 de febrero de 2009

No hay con quién...

Es un hecho, el problema es que no hay con quién.

Hay instrumentos que buscan implementar y llevar a la práctica el deseo de cambio, instrumentos que, desde luego, se pueden cuestionar también, no son Palabra de Dios. El Plan Nacional de Desarrollo, la Nueva Constitución reciente y democráticamente aprobada… Pero más allá de los posibles límites de esos instrumentos, el asunto es que la llamada a ponerlos en práctica es la burocracia masista. Y por ahí casi habría que decir «apague y vámonos». ¿Un ejemplo?: Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) con Santos Ramírez a la cabeza. ¿Puede alguien creer que todos los «Santos Ramírez» que ocupan y ocuparán altos cargos en las instituciones «recuperadas con sangre» y ahora estatales van a actuar de manera distinta a como lo hizo Santos Ramírez? No hay con quién. Desde luego hay personas honestas, comprometidas con el cambio, capaces humana y profesionalmente, lúcidas y críticas en sentido constructivo, pero la avalancha burocrática masista con todos los vicios de todas las burocracias anteriores potenciados muchas veces por su incapacidad profesional, se las traga. Son golondrinas que por sí mismas no podrán hacer verano. Es muy fácil desde aquí, claro, mirar hacia el pasado y añorar las cebollas del Egipto del cual se quiere salir, de hecho es lo más fácil. La única ventaja de ese pasado es que en él la corrupción era un plato que se «comía callando». El cambio en Bolivia con Evo a la cabeza ha dado un paso gigantesco, es verdad, pero de aquí en adelante con ese impulso inicial hay que tejer lo nuevo, no basta con ponerle a la ropa vieja otra etiqueta porque no por eso va a ser nueva. El vino nuevo no se puede echar en odres viejos porque se rompen y se desperdicia el vino. Hay algo de vino nuevo, pero ¿dónde están esos odres nuevos, esas estructuras, que le permitan a ese vino defenderse de lo viejo y esparcir sus virtudes? El reto es grande y hay que ir pensando seriamente en él: No podemos resolver problemas utilizando la misma manera de pensar que utilizamos cuando los creamos (Albert Einstein). Al cambio no se va sino cambiando. Es en serio.

sábado, 31 de enero de 2009

Países, ¿pobres o empobrecidos?

Desde luego existen países pobres y países ricos. Países pobres son los que se llaman ricos y países ricos son los que se llaman pobres. Esto lo saben bien quienes en los países que se llaman ricos manipulan las cuerdas del poder de manera que no corran riesgo sus privilegios. Privilegios que hacen que lo que ellos consideran y nombran como «riqueza» sea precisamente su mayor pobreza. Hay que perdonarlos porque no saben lo que hacen. En los países ricos, es decir, en aquellos que se llaman pobres, las cosas no son tan claras pero están en proceso aclararse. Por eso es que la CNN está tan preocupada. Los verdaderamente ricos, los llamados pobres, de tanto escuchar que son pobres y de tanto anhelar espejitos y cachivaches -la basura resultante de ese proceso mediante el cual los que se llaman ricos insisten en agrandar su pobreza- viven en medio de la confusión pero no por ello pueden evitar Ser lo que son: Ricos. Su riqueza no se la pueden impedir ni ellos mismos porque su lucha por la supervivencia es real, no virtual. Por eso se les puede perdonar su confusión.


En ese contexto, agudizado por dos hechos simples: las necesidades de supervivencia y los límites naturales del planeta Tierra, es evidente que los procesos de enriquecimiento y empobrecimiento de unos y otros son tremendamente complejos. Hay que volverlo a decir: desde un punto de vista pragmático las escalas occidentales de bienestar (de malestar) y sus maneras de propiciar y sostener ese bienestar (malestar), no pueden ser aplicadas a toda la humanidad porque implican una forma de supervivencia terriblemente depredadora (y triste) que si fuera asumida por toda la humanidad haría estallar el planeta en mil pedazos. Pero además de esa imposibilidad cuantificable está el hecho de que a ese 85 por ciento de la humanidad excluida de la fiesta no le interesa ese malestar. Lo que quiere, aunque no siempre pueda o se atreva a expresarlo abiertamente, es vivir otra fiesta, vivir en bienestar.


Mejor que lo diga un experto en estas cosas, Joseph Stiglitz, premio Nóbel de Economía, asesor económico de la administración Clinton, y durante algún tiempo alto funcionario del FMI:


En la administración de Clinton disfruté del debate político, gané algunas batallas y perdí otras. Como miembro del gabinete del presidente, estaba en una buena posición no sólo para observar los debates y sus desenlaces, sino también para participar en ellos, especialmente en áreas relativas a la economía. Sabía que las ideas cuentan pero también cuenta la política, y una de mis labores fue persuadir a otros de que lo que yo recomendaba era económica pero también políticamente acertado.


En la esfera internacional, en cambio, descubrí que ninguna de esas dos dimensiones prevalecía en la formulación de políticas, especialmente en el Fondo Monetario Internacional. Las decisiones eran adoptadas sobre la base de una curiosa mezcla de ideología y mala economía, un dogma que en ocasiones parecía apenas velar intereses creados. Cuando la crisis golpeó, el FMI prescribió soluciones viejas, inadecuadas aunque "estándares", sin considerar los efectos que ejercerían sobre los pueblos de los países a los que se aconsejaba aplicarlas.


Rara vez vi predicciones sobre qué harían las políticas con la pobreza; rara vez vi discusiones y análisis cuidadosos sobre las consecuencias de políticas alternativas: sólo había una receta y no se buscaban otras opiniones. La discusión abierta y franca era desanimada: no había lugar para ella. La ideología orientaba la prescripción política y se esperaba que los países siguieran los criterios del FMI sin rechistar.


Las políticas de ajuste estructural del FMI -diseñadas para ayudar a un país a ajustarse ante crisis y desequilibrios más permanentes- produjeron hambre y disturbios en muchos lugares, e incluso cuando los resultados no fueron tan deplorables y consiguieron a duras penas algo de crecimiento durante un tiempo, muchas veces los beneficios se repartieron desproporcionadamente a favor de los más pudientes, mientras que los más pobres en ocasiones se hundían aún más en la miseria.


Pero lo que más me asombraba era que dichas políticas no fueran puestas en cuestión por los que mandaban en el FMI, por los que adoptaban las decisiones clave; con frecuencia los cuestionamientos venían de los países en desarrollo, pero era tal su temor a perder la financiación del FMI, y con ella otras fuentes financieras, que las dudas eran articuladas con gran cautela -o no lo eran en absoluto- y en cualquier caso sólo en privado.


Aunque nadie estaba satisfecho con el sufrimiento que acompañaba a los programas del FMI, dentro del Fondo simplemente se suponía que todo el dolor provocado era parte necesaria de algo que los países debían experimentar para llegar a ser una exitosa economía de mercado, y que las medidas lograrían de hecho mitigar el sufrimiento de los países a largo plazo.


Algún dolor era indudablemente necesario, pero a mi juicio el padecido por los países en desarrollo en el proceso de globalización y desarrollo orientado por el FMI y las organizaciones económicas internacionales fue muy superior al necesario.


La reacción contra la globalización obtiene su fuerza no sólo de los perjuicios ocasionados a los países en desarrollo por las políticas guiadas por la ideología, sino también por las desigualdades del sistema comercial mundial. En la actualidad -aparte de aquellos con intereses espurios que se benefician con el cierre de las puertas ante los bienes producidos por los países pobres- son pocos los que defienden la hipocresía de pretender ayudar a los países subdesarrollados obligándolos a abrir sus mercados a los bienes de los países industrializados más adelantados y al mismo tiempo protegiendo los mercados de éstos: esto hace a los ricos cada vez más ricos y a los pobres cada vez más pobres... y cada vez más enfadados.


El bárbaro atentado del 11 de septiembre ha aclarado con toda nitidez que todos compartimos un único planeta. Constituimos una comunidad global y como todas las comunidades debemos cumplir una serie de reglas para convivir. Estas reglas deben ser -y deben parecer- equitativas y justas, deben atender a los pobres y a los poderosos, y reflejar un sentimiento básico de decencia y justicia social. En el mundo de hoy, dichas reglas deben ser el desenlace de procesos democráticos; las reglas bajo las que operan las autoridades y cuerpos gubernativos deben asegurar que escuchen y respondan a los deseos y necesidades de los afectados por políticas y decisiones adoptadas en lugares distantes.


Es por eso que los pobres, los que se llaman ricos y tienen el dinero para dispensar «financiamientos», se hacen cada día más pobres, y que los ricos, los que se llaman pobres, a pesar de que sufran más y se tengan que callar para no perder esos «financiamientos» que les permitan por lo menos durante algunos días llenar su plato, se hacen cada día más ricos. La pregunta es obvia: ¿cómo pueden hacer entonces los países que se llaman pobres para utilizar su riqueza y construir con ella un tipo de bienestar, su bienestar, que les permita a sus hijos no pasar hambre, no enfermarse, recibir educación? Simple: No podemos resolver problemas utilizando la misma manera de pensar que utilizamos cuando los creamos (Albert Einstein).


Un ejemplo: Bolivia, uno de los llamados países más pobres es en realidad uno de los países más ricos. Y aquí, siguiendo el consejo de Albert Einstein, se quiere impulsar un proceso de cambio que es precisamente un intento de resolver problemas de una manera novedosa. Es irónico llamarla «novedosa» cuando se trata por el contrario de una propuesta que intenta nutrirse de valores ancestrales. El cambio en Bolivia para caminar eficazmente hacia delante implica una mirada profunda hacia atrás. Aquí se está procurando, con un indio en el poder, hacer lo que ya vislumbro el filósofo y escritor alemán Ernst Jünger: En los grandes peligros se buscará lo que salva a mayor profundidad. (...) Nuestra esperanza hoy se apoya en que al menos una de estas raíces vuelva a ponernos en contacto con aquel reino telúrico del que se nutre la vida de los pueblos y de los hombres. Necesitamos el valor de penetrar en las grietas para que pueda volver a filtrarse el torrente de la vida.


En este contexto resulta sumamente complejo hablar de países ricos y pobres, o de procesos de enriquecimiento y empobrecimiento. ¿Qué es lo que realmente sucede Detrás de esos lenguajes? Es lo que vamos a averiguar en los próximos años. Los que creen que lo saben utilizando la misma manera de pensar que utilizaron durante el transcurso histórico que generó la actual situación no hacen más que repetirse, arar en el vacío. El hecho es que suceda lo que suceda, Ningún tonto, ni ningún fanático me va a quitar jamás el amor a todos aquellos a quienes les han ensombrecido y recortado los sueños. El hombre se convertirá aún en todas las cosas, en el hombre total. Los esclavos liberarán a los señores (Elías Canetti)

martes, 27 de enero de 2009

Refundar

“No hay buena fe en América, ni entre los hombres, ni entre las naciones. Los tratados son papeles, las constituciones, libros; las elecciones, combates; la libertad, anarquía; y la vida, un tormento.”


La América es ingobernable; los que han servido a la revolución han arado en el mar. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Estos países caerán infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a las de tiranuelos imperceptibles, de todos colores y razas, devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, ese sería el último período de la América.”


Así habla Simón Bolívar al final de su vida citado por Alcides Arguedas en su libro Pueblo Enfermo. Y a continuación escribe: «Es el vidente que anuncia». Sobran los comentarios, es cierto, dolorosa y desesperantemente cierto: no hay buena fe en América. El dato, independiente a todo posible análisis o juicio, es que (hay que repetirlo) algo sigue torcido en nosotros; algo que seguramente surgió cuando nuestro propio y original desarrollo fue truncado violentamente por la barbarie de la conquista. No se trata de creer ingenuamente que antes si éramos rectos, vivíamos en el paraíso, sino de reconocer que por lo menos éramos «nosotros»; a esar de todas nuestras limitaciones teníamos un camino propio y una forma propia de andar ese camino, podíamos aspirar a una forma propia de rectitud, pero después empezamos a ser un injerto extranjero sembrado de la peor manera en una raíz espiritual que aunque no pudo ser extinguida por completo terminó siendo, allá en el fondo de nosotros mismos, una especie de tumor indeseable. Ya. ¿Qué hacemos hoy con todo eso? ¿Cómo corregimos hoy, aquí, en las circunstancias que nos toca vivir, los genes espirituales -propios o injertados, eso ya no importa- que nos empujan a ser multitud desenfrenada, tiranuelos imperceptibles, masas devoradas por todos los crímenes y extinguidas por la ferocidad, caos primitivo? No es mucho lo que hemos avanzado desde que decidimos emanciparnos de Simón Bolívar. Su profecía se cumple cabalmente: vamos de vuelta al caos primitivo. En la Bolivia de hoy se puede afirmar al pie de la letra, punto por punto, que las constituciones son libros; las elecciones, combates; la libertad, anarquía; y la vida, un tormento. Son cientos los bolivianos que corroboran cada día, atravesando las fronteras, que La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. El mismo panorama con ingredientes y acentos particulares se repite en el resto de países de la América.


¿Cómo podemos recuperar nuestra buena fe?


Al mismo tiempo hay que, por un lado, ocuparse en el propio corazón de hacer las correcciones necesarias para restablecer la buena fe y, por otro, estar al servicio de lo que hay. Son la diástole y la sístole de un movimiento que en cada acto concreto tiene que ser unidad, integración, para que no sea solamente una prolongación más de nuestro torcido. Pero nos acostumbramos a escondernos en lo que hay, a usar la realidad para evitar el contacto doloroso con nuestro corazón herido, y esa trampa es doblemente cerrada porque nuestras urgencias inmediatas son extremas, inaplazables. Me atrevería a afirmar incluso que una de las causas mayores (instintivas) de nuestro poco desarrollo es que en el fondo no «deseamos» desarrollarnos porque ya no tendríamos disculpas para seguir escondiéndonos, y es más fuerte el miedo que el deseo de vivir. Por eso terminamos siendo esclavos de una lucha canibalesca por sobrevivir, la vida se nos va en eso. En muchos casos, y cada vez más, las condiciones de supervivencia y la acción disolvente del sistema son tan duras que no podemos hacer otra cosa, pero aún aceptando eso es evidente que si no rompemos el círculo vicioso no podremos hacer jamás un camino propio que nos permita acceder a nuestro propio desarrollo. Estaremos condenados para siempre a disputarnos las migajas que caen de otras mesas. Nos toca, inexorablemente, desarrollar una forma de poder lo que no podemos, ampliarnos interior y exteriormente de tal manera que seamos capaces de responder a lo inmediato sin ser sus esclavos, sanando en el camino esa herida infectada que nos impide la reconciliación con nuestro propio corazón. Desde luego, pensar que este sea un proceso que transiten pueblos enteros es hoy una ingenuidad. A menos que ocurra un verdadero milagro de conversión espiritual masiva, la humanidad está condenada a pasar por la gran catástrofe. Es sólo cuestión de tiempo. Hablo aquí de ese pequeño resto que desde ya tiene que prepararse para sobrevivir y refundar después, si es que hay un después, la humanidad.

lunes, 26 de enero de 2009

"La democracia es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística"

A pesar del reconocimiento legítimo de la victoria del SI, de lo que esa victoria significa como expresión cuantitativa de lo que quieren la mayoría de los bolivianos, me parece pertinente traer a cuento hoy esta afirmación de Jorge Luís Borges: "La democracia es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística". Me atrevo a afirmar que esa mayoría que apoya el estilo de cambio que quiere llevar adelante el actual gobierno no es en realidad democrática. Y no lo digo como una crítica, al contrario, pienso que es más bien una alabanza. Ellos saben en su fuero interno lo mismo que sabe Borges, que "La democracia es un abuso de la estadística", y utilizan ese abuso a su favor porque las condiciones dan para ello y porque están cansados de ser sólo las víctimas de anteriores abusos. El problema es que si a mediano y largo plazo lo que crece es el abuso y no la semilla de lo nuevo que a pesar de todo se fermenta en medio de esa realidad compleja, lo que llamamos hoy "cambio" mañana será más que una pesadilla. Con esto no quiero decir que yo haya votado por el NO o que justifique a quienes lo hicieron. Lo que quiero decir es que la complejidad del "cambio" es hoy en el mundo una tarea para la cual hay muy pocos seres humanos preparados, y que si esa mayoría que votó por el SI se atreviera a decir su «verdadera» palabra sería mucho lo que tendría que aportar en ese asunto. Pero, como recomienda el proverbio chino: "Las armas del reino no se le deben mostrar al enemigo".