jueves, 28 de enero de 2010

Terremotos, la beatificación de la coca cola y los piratas somalíes

Dividir para reinar ha sido desde siempre la estrategia de los más fuertes, pero de alguna manera hasta ahora esa estrategia se había mantenido en un conflicto más o menos explícito con las fuerzas que le hacían resistencia. Conflicto ideológico, político, estratégico. La novedad hoy es que estamos asistiendo a la beatificación de la coca cola, es decir, hay condiciones propicias para desarmar esa resistencia en el corazón mismo de los seres humanos. El aparente fracaso de las alternativas, cultivado y anunciado pacientemente por el espíritu psicópata de los más fuertes, busca ahora transformarse en una epifanía, en una revelación que más allá de lo político, ideológico y estratégico, tiene connotaciones espirituales. Lo que se anuncia hoy, con la complicidad de las mismísimas fuerzas telúricas de la naturaleza, es la derrota elevada a la segunda potencia de los más débiles. Son débiles y han sido derrotados no por la desigualdad en las condiciones de la competencia sino porque hay algo en su ser que les impide acceder a la riqueza. No son capaces de ella, no la merecen. En esto de hacer pasar el mensaje, sin pronunciarlo en voz alta, de que quien vive la condición de «prójimo necesitado» es en realidad culpable de algo que le hace merecer el castigo que está recibiendo, la mentalidad cristiana occidental es una herramienta poderosa. ¿Cómo no aplaudir, olvidándose de toda posible reticencia, la solidaridad internacional, a todas luces muy cristiana, que a esta hora les está salvando la vida a los pobres haitianos?

A propósito de los piratas somalíes:

¿Cómo se ha desarrollado la piratería en Somalia? ¿Quiénes son los piratas?

Desde 1990, no existe un gobierno en Somalia y el país se encuentra en manos de los señores de la guerra. Los barcos europeos y asiáticos se han aprovechado de la situación caótica para pescar en las costas somalíes sin licencia alguna y sin respetar unas normas elementales. No han respetado las cuotas vigentes en sus países de origen para preservar las especies, y han empleado técnicas de pesca- en especial, dinamita- que han producido graves daños a la riqueza pesquera de los mares somalíes.

Pero eso no es todo. Aprovechándose, asimismo, de esta falta de autoridad política, las empresas europeas, ayudadas por la mafia, han vertido residuos nucleares a lo largo de las costas de Somalia. Europa estaba al corriente, pero ha cerrado los ojos porque esta solución presentaba ventajas prácticas y económicas para el tratamiento de los residuos nucleares. Por otra parte, el tsunami de 2005 depositó gran parte de esos residuos nucleares en las tierras somalíes, lo que ha ocasionado la aparición de enfermedades desconocidas entre la población de Somalia. Este es el contexto en el que se ha desarrollado, esencialmente, la piratería somalí. Los pescadores de Somalia, con técnicas rudimentarias, no estaban en condiciones de faenar, por lo que han decidido protegerse y proteger sus mares. Es exactamente lo mismo que hizo Estados Unidos en su guerra civil contra los británicos (1756-1763): al no disponer de fuerzas navales, el presidente Georges Washington llegó a un acuerdo con los piratas para proteger la riqueza de las costas estadounidenses.

¿Cómo es posible que desde hace casi veinte años no exista un Estado somalí?

Es la consecuencia de una estrategia estadounidense. En 1990, el país estaba conmocionado por los conflictos, el hambre y el pillaje, y el Estado se vino abajo. Ante la situación, Estados Unidos, que había descubierto unos años antes las reservas de petróleo de Somalia, lanzó en 1992 la operación Restore Hope [Restaurar la Esperanza], y por primera vez, los marines estadounidenses intervinieron en África para controlar el país. También por vez primera, una invasión militar se llevó a cabo en nombre de la injerencia humanitaria.

¿Se refiere a los famosos sacos de arroz exhibidos en una playa somalí por Bernard Kouchner?

Sí, todo el mundo recuerda las imágenes, cuidadosamente preparadas. Pero las verdaderas razones eran estratégicas. Un documento del departamento de Estado estadounidense preconizaba que, tras la caída del bloque soviético, Estados Unidos se mantuviera como la única super potencia mundial y, para conseguir este objetivo, recomendaba ocupar una posición hegemónica en África, muy rica en materias primas.

Sin embargo la operación Restore Hope fue un fracaso. La película La chute du faucon noir [La caída del halcón negro] impactó a los estadounidenses con sus pobres soldados “asaltados por los perversos rebeldes somalíes”...

Ciertamente, la resistencia nacionalista somalí derrotó a los soldados estadounidenses y desde entonces, la política de Estados Unidos ha sido mantener Somalia sin un verdadero gobierno, es decir, balkanizarla. La antigua estrategia británica, ya aplicada en numerosos lugares: establecer Estados débiles y divididos para manejar mejor el tinglado. Esa es la razón de que no exista un Estado somalí desde hace casi veinte años: Estados Unidos mantiene su teoría del caos para impedir la reconciliación de los somalíes y mantener así al país dividido.

(Mohammed Hassan es especialista en geopolítica y mundo árabe. Nacido en Addis Abeba (Etiopía), en 1974 participó en los movimientos estudiantiles durante la revolución socialista de su país. Ha estudiado ciencias políticas en Egipto antes de especializarse en Administración Pública en Bruselas. Como diplomático de su país natal en los años 90, ha trabajado en Washington, Pekín y Bruselas. Es co-autor de L’Irak sous l’occupation (EPO, 2003), y ha participado en obras sobre el nacionalismo árabe y los movimientos islámicos, así como sobre el nacionalismo flamenco. Es uno de los mejores conocedores actuales del mundo árabe y musulmán).

miércoles, 27 de enero de 2010

Haití: el espectáculo de una "solidaridad inevitable".

En el espectáculo de una solidaridad «inevitable» para que el caos no se engulla a un país que «no puede valerse por sí mismo», se muestran bien los dientes, que quieren parecer todo menos dientes, del nuevo colonialismo. Mañana, cuando por ejemplo la disponibilidad de agua en los países más ricos empiece a verse seriamente amenazada, puede ser Brasil un país incapaz de administrar la Amazonía y entonces podría ser objeto del mismo tipo de «solidaridad». O Colombia ser un país incapaz de controlar el problema de las drogas. O los piratas en Somalia. O… por ahí la lista es interminable. Nada más rentable hoy, desde todo punto de vista, para los países del centro, que el crecimiento del caos en las periferias. Por eso el énfasis de los medios de comunicación en remarcar ese supuesto caos. Una imagen vale más que mil palabras. Es un argumento «humanitario» tan evidente que justifica que se le abran las puertas al ejército más poderoso del mundo para «salvar vidas». El objetivo final, la inversión, no es «salvar vidas» sino que los mismos protagonistas del caos entiendan que bajar todas sus defensas no es una imposición, una invasión, sino una «necesidad» inevitable. Es por el bien de ellos mismos. El apoyo mayoritario que en la opinión pública colombiana tiene la utilización de bases militares por parte del ejército de los EEUU es una constatación de la eficacia de esta estrategia. Si no son ellos ¿quién podrá defendernos de los narcotraficantes y los guerrilleros? ¿Quién podrá restablecer el orden? ¿Cómo podremos volver a vivir en paz? Cuenta una historia que en Bolivia luego de la revolución del 52 que sacó a muchos patrones de sus haciendas, una comunidad indígena se reunió y decidieron juntar todos los objetos valiosos que tenían y enviar una comisión para ver si con ese regalo lograban convencer a los patrones de que regresaran. Tuvieron tantos problemas para organizarse solos que les pareció mejor su situación de antes, cuando no eran los dueños de la tierra. No sé si esa historia habrá sido cierta en esa época y en ese contexto, pero el hecho es que ya empezó a ser cierta hoy en nuestro contexto. Si no somos ricos y tenemos tantos problemas, tantos desórdenes, es por nuestra «incapacidad», de lo cual se desprende que no estamos en condiciones de usar nuestros propios recursos de una manera conveniente. Conveniente, se entiende, para sostener el nivel de vida de quienes por su «capacidad» merecen y están llamados, o mejor, «obligados», a administrar esos recursos de mejor manera. A quienes son incapaces de gobernarse a sí mismos la situación que más les conviene es la dependencia, para que puedan, literalmente, salvar sus vidas. La psicología social implícita es más o menos así: quien tiene las riendas del poder económico genera condiciones que hacen que el débil tienda a perder seguridad en sí mismo y no sea capaz de autosostenerse. Esa presión se va incrementando progresivamente de tal manera que en medio del desorden provocado surga en el débil una sospecha acerca de su propia responsabilidad, un sentimiento de culpa. En ese momento la posible arbitrariedad del fuerte se diluye como por arte de magia y su accionar colonizador queda «moralmente» justificado. El débil no sólo acepta sino que incluso busca y propicia la dependencia para evitar una responsabilidad de la cual no se siente capaz, para poder sobrevivir.En el espectáculo de una solidaridad «inevitable» para que el caos no se engulla a un país que «no puede valerse por sí mismo», se muestran bien los dientes, que quieren parecer todo menos dientes, del nuevo colonialismo. Mañana, cuando por ejemplo la disponibilidad de agua en los países más ricos empiece a verse seriamente amenazada, puede ser Brasil un país incapaz de administrar la Amazonía y entonces podría ser objeto del mismo tipo de «solidaridad». O Colombia ser un país incapaz de controlar el problema de las drogas. O los piratas en Somalia. O… por ahí la lista es interminable. Nada más rentable hoy, desde todo punto de vista, para los países del centro, que el crecimiento del caos en las periferias. Por eso el énfasis de los medios de comunicación en remarcar ese supuesto caos. Una imagen vale más que mil palabras. Es un argumento «humanitario» tan evidente que justifica que se le abran las puertas al ejército más poderoso del mundo para «salvar vidas». El objetivo final, la inversión, no es «salvar vidas» sino que los mismos protagonistas del caos entiendan que bajar todas sus defensas no es una imposición, una invasión, sino una «necesidad» inevitable. Es por el bien de ellos mismos. El apoyo mayoritario que en la opinión pública colombiana tiene la utilización de bases militares por parte del ejército de los EEUU es una constatación de la eficacia de esta estrategia. Si no son ellos ¿quién podrá defendernos de los narcotraficantes y los guerrilleros? ¿Quién podrá restablecer el orden? ¿Cómo podremos volver a vivir en paz? Cuenta una historia que en Bolivia luego de la revolución del 52 que sacó a muchos patrones de sus haciendas, una comunidad indígena se reunió y decidieron juntar todos los objetos valiosos que tenían y enviar una comisión para ver si con ese regalo lograban convencer a los patrones de que regresaran. Tuvieron tantos problemas para organizarse solos que les pareció mejor su situación de antes, cuando no eran los dueños de la tierra. No sé si esa historia habrá sido cierta en esa época y en ese contexto, pero el hecho es que ya empezó a ser cierta hoy en nuestro contexto. Si no somos ricos y tenemos tantos problemas, tantos desórdenes, es por nuestra «incapacidad», de lo cual se desprende que no estamos en condiciones de usar nuestros propios recursos de una manera conveniente. Conveniente, se entiende, para sostener el nivel de vida de quienes por su «capacidad» merecen y están llamados, o mejor, «obligados», a administrar esos recursos de mejor manera. A quienes son incapaces de gobernarse a sí mismos la situación que más les conviene es la dependencia, para que puedan, literalmente, salvar sus vidas. La psicología social implícita es más o menos así: quien tiene las riendas del poder económico genera condiciones que hacen que el débil tienda a perder seguridad en sí mismo y no sea capaz de autosostenerse. Esa presión se va incrementando progresivamente de tal manera que en medio del desorden provocado surga en el débil una sospecha acerca de su propia responsabilidad, un sentimiento de culpa. En ese momento la posible arbitrariedad del fuerte se diluye como por arte de magia y su accionar colonizador queda «moralmente» justificado. El débil no sólo acepta sino que incluso busca y propicia la dependencia para evitar una responsabilidad de la cual no se siente capaz, para poder sobrevivir.